La noticia que quiero comentar hoy constituye un ejemplo puntual de algo que se está convirtiendo en habitual en los últimos tiempos. Esta semana ha aparecido publicado
en prensa que la familia Tous ha decidido vender el 25% de su grupo de joyería
y complementos a una firma de capital riesgo ubicada en Suiza por 150 millones
de euros. Como digo, en nuestros días esto es un caso típico: los grandes capitales –que cada día que pasa van
siendo mayores- entran a formar parte de empresas, idealmente consolidadas por
una larga tradición familiar, inyectando liquidez que va a parar directamente a
los bolsillos de sus fundadores. O, en el mejor de los casos, a una ampliación de capital necesaria para el crecimiento del negocio.
En el caso que nos ocupa, el inevitable paso de los años ha llevado a que los creadores del
imperio Tous, Salvador y Rosa, hayan decidido dar un paso atrás y delegar en
sus cuatro hijas la gestión de su negocio, ubicándolas en la presidencia y en
los principales cargos de dirección de su grupo empresarial. Este, por tanto, es
un momento propicio para recoger los beneficios de su ardua labor, que ha llevado al
matrimonio a levantar un imperio empresarial valorado en 600 millones de euros a partir
de una joyería ubicada en Manresa –propiedad de los padres de Salvador- hace
casi cien años. Además de garantizarse una dorada jubilación con los 150
millones, es lógico pensar que los patriarcas hayan decidido reservar una parte
importante para sus cuatro hijas, a modo de colchón de seguridad personal en
caso de que el negocio pueda ir a peor.
De los fondos de capital riesgo se han dicho muchas cosas. La
mayoría negativas, debido en buena parte a que sus tentáculos para captar capitales
son opacos. En cada fondo existe una gestora, con directivos claramente
identificados, que son la imagen del fondo, y quienes parecen decidir dónde invertir.
Pero el capital que administran puede provenir de cualquier origen, más o menos
lícito, y es aquí donde surgen muchas dudas. En su defensa estas
compañías alegan que aportan estabilidad a las empresas, al inyectar un capital
importante -muchas veces, haciéndose con la mayoría del accionariado de su participada-. Sin embargo, su vocación no es precisamente la estabilidad, sino el
crecimiento –o, como se dice ahora, monetizar la inversión-. Por ello, su
permanencia en el accionariado de una empresa está ligada directamente al
crecimiento de su inversión, y para ello pueden recurrir, en caso de ser accionistas mayoritarios, a vender activos
estratégicos de la compañía participada. En general, su permanencia en
una empresa oscila entre cuatro y seis años, superando raramente ese horizonte temporal.
Mención aparte merece su ventajosa fiscalidad cuando abandonan una inversión;
en España, directamente, no tributan por su plusvalía. Por ello no es de extrañar que su presencia en
nuestro país se haya multiplicado en los últimos años.
Para el emprendedor, claro está, la tentación es difícil de
resistir. Dinero líquido, que puede suponer un balón de oxígeno para el negocio
en forma de ampliación de capital –la forma más segura de generar más
beneficios es crecer-, evitando tener que recurrir al endeudamiento con los
bancos, o bien, como en el caso de la familia Tous, que puede dar tranquilidad
a toda la familia después de la aventura empresarial, y asegurar a los patrones
un retiro sin sobresaltos.
El desmedido crecimiento de la economía
financiera –hasta hace 40 años un concepto casi sin explorar- ha provocado que,
como decía antes, los grandes capitales sean cada vez mayores. El riesgo que esto
supone es claro, y hemos vivido sus consecuencias en años pasados. Se trata de
la creación de burbujas financieras, que han estallado cuando se ha hecho
patente que no existía respaldo a los activos financieros que corrían sin freno
por los mercados.
Sin embargo, a pesar de estos recientes ejemplos nadie parece
haber aprendido la lección –la ambición humana es insaciable-, y se sigue
insistiendo en crear una economía basada en papel, que genera grandes
beneficios a quienes invierten grandes cantidades. Esto provoca que los grandes
inversores sigan extendiendo sus redes, alcanzando gran cantidad de pequeñas y
medianas empresas –en Estados Unidos, una de cada cuatro empresas medianas ya
tiene un fondo de este tipo en su accionariado- sino que lo hacen en todo tipo
de sectores económicos. En nuestro país –y en Europa-, la última moda es el
fútbol, un sector empresarial poco convencional, por decirlo de alguna forma.
En los últimos años estos fondos no sólo han adquirido participaciones en clubes de fútbol, sino también derechos de traspaso de las estrellas del deporte -que es lo que supone el principal movimiento de dinero en este sector-. El dinero, ya se sabe, es poderoso caballero. Y a menudo consigue lo que
se propone, como muestro en mis libros (enlace aquí).
No hay comentarios:
Publicar un comentario