La noticia que voy a comentar hoy es la del escándalo de las tarjetas de
crédito ocultas que han manejado altos cargos de Caja Madrid y Bankia hasta
hace poco. Tras hacerse públicos los importes gastados, está apareciendo en la
opinión pública una indignación sin precedentes. Tanto, que la noticia ha
eclipsado a las de mis entradas anteriores, a saber, las tribulaciones fiscales
de la familia Pujol Ferrusola.
Si entonces hablaba de la poca categoría moral de la que hacía gala esta
familia, los protagonistas de esta nueva noticia todavía les superan en pocos
escrúpulos. Y en ambos casos se prevé un largo proceso judicial hasta depurar
responsabilidades. Y también se intuye la defensa como gato panza arriba de los
acusados, pese a que la sociedad ya les ha condenado casi unánimemente. Quien
haya leído mis libros (enlace aquí) podrá entender más fácilmente el motivo de conductas
como estas aunque, como me ocurre a mí, le parezcan totalmente inadecuadas.
Es normal que el hecho haya despertado indignación. La mayoría de
ciudadanos de este país está sometida a dificultades económicas desde el
estallido de la crisis económica en 2008. Crisis económica, por cierto, a la
que la mala gestión en las entidades bancarias ha arrastrado a la mayoría de
ciudadanos de a pie. Sin embargo, en lugar de ser los primeros en dar ejemplo y
apretarse el cinturón, estos dirigentes, y los del resto de su sector, han disfrutado
de sueldos millonarios -en el caso de diez de ellos- o de varios cientos de
miles -en el caso de otros tantos-. Y, por si estos espectaculares sueldos
fuesen poco, han dedicado a todo tipo de caprichos una enorme cantidad de
dinero. Por dar una cifra llamativa, 23 de estos ejecutivos han gastado -cada
uno- más de 30.000 euros por año con estas tarjetas opacas. Y, como es normal
cuando hay diferentes implicados -en este caso, nada menos que 83-, empiezan a
aparecer versiones contradictorias. Por un lado, unos dicen que pensaban que se
trataba de gastos de representación. Para empezar, si así fuera, habrían debido
justificar de alguna manera el gasto a su empresa, cosa que ninguno ha acreditado.
Y, dado que ha trascendido el detalle de los gastos, parece difícil incluir en
esa categoría compras realizadas en Mercadona, o regalos infantiles de Navidad,
por mencionar sólo dos de ellos. Por su parte, otros afirman que se trataba de
complementos salariales o, más aún, parte de su retribución. Sin embargo, parece
que ninguno ha demostrado que dicha retribución conste en sus declaraciones
fiscales. Para rizar el rizo de tanta contradicción, 28 de ellos las utilizaron
cuando ya no trabajaban para Caja Madrid. Con lo cual, ni lo uno, ni lo otro.
Como se puede observar, el asunto huele bastante mal. Huele a que, una
vez más, nuestros dirigentes se sienten por encima del bien y del mal. Una vez
se ven en posesión de un cargo, han triunfado. Están en la cima del mundo, y cualquier
privilegio les parece poco. De modo que, además de disponer de unos sueldos
envidiables, ven normal disponer de una tarjeta de crédito sin ningún control. O
casi; al menos, había un límite anual de gasto, al que parece que la mayoría acababa
acercándose. Con lo cual, más que para sus gastos, las tarjetas parecen haber
servido para el pillaje. Eso sí, pillaje de guante blanco.
Como siempre aparece la excepción que confirma la regla, hay cuatro
ejecutivos que no han hecho ningún gasto con sus tarjetas. Como en el caso de
los derrochadores, es probable que las versiones de estos cuatro sean
diferentes. Pero el hecho de que cuatro dirigentes hayan recibido una tarjeta
cuyos gastos no tenían que justificar, y aun así no hayan gastado un solo
céntimo, indica que algo no veían claro. A pesar de que, probablemente, veían a
sus colegas derrochando dinero con sus tarjetas. En cualquier caso, sea por el
motivo que haya sido, los cuatro deberían ser premiados, en mi opinión. Se han
comportado con una honradez inusual, sólo hay que ver la proporción: 4 frente a
83. Lo cual me hace pensar en una extrapolación interesante. ¿Será esta la
proporción de dirigentes que –independientemente de su conciencia- actúen honradamente?
En cuanto aparece un caso de corrupción política, o en general, de malas
prácticas, afloran los portavoces de turno abogando por el resto de la clase
política. En su cacareo, afirman que los corruptos en política son unas pocas
manzanas podridas. Pues bien, en mi opinión, la proporción anterior (4 a 83) está
mucho más cerca de la realidad que lo que predican estos cantamañanas
portavoces.
Y, ¿qué pasará con los denostados ejecutivos si al final son juzgados? A
la vista de sus primeras declaraciones, es posible que las resoluciones
judiciales no les resulten onerosas. Como mencionaba antes, en lugar de admitir
culpabilidad alguna, la gran mayoría se está declarando inocente. Ni tenían
conocimiento de que los gastos no fuesen reglamentarios, ni se trata de una
nueva práctica en la empresa. Al parecer, estas tarjetas comenzaron a generarse
a finales de los años ochenta, antes de que cualquiera de ellos hubiera
accedido a su cargo. Adicionalmente, sobre el tema tributario, muchos de ellos
se han dirigido oficialmente a Caja Madrid, requiriendo información sobre las
retenciones que la empresa les practicó. Y, en concreto, si éstas incluían la
parte correspondiente a los gastos de las tarjetas. En cualquier caso, esta
estrategia podría servir si ellos hubiesen incluido como parte de sus
retribuciones los gastos de las tarjetas, pero no parece que haya sido el caso.
Aun así, está claro que la idea de casi todos es alejar de ellos la
responsabilidad, como si hubiesen tenido que gastar desenfrenadamente porque no
tenían más remedio. Algunos de ellos se han apresurado a devolver el importe
gastado en su día, lo cual será sin duda un atenuante en un proceso judicial.
Otros, por su parte, ya han anunciado que no tienen intención de devolver ni un
céntimo.
Por desgracia, en este país nos estamos acostumbrando peligrosamente a
este tipo de escándalos. Sin embargo, hasta ahora, todas las irregularidades se
ceñían a un escaso grupo de responsables directos, aunque los implicados
finales pudieran ser muchos. Sin embargo, el hecho de que haya más de ochenta
sujetos que hayan adoptado esta práctica sin mayores escrúpulos, y en la que
fue la cuarta mayor entidad financiera del país, es más que grave. Y que sólo
cuatro hayan resistido a la tentación también da mucho que pensar.
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