Los últimos días han abundado las noticias relativas a qué
hay más allá de lo que vemos de estos grandes hombres que dirigen los destinos
de un banco, o de una región, o de un país, mostrando que son más parecidos a
la gente corriente de lo que parece en ocasiones. Es de esto de lo que hablo en
mi libro, Las aristas borrosas del éxito (enlace aquí). Por ello, he seguido estas noticias con
sumo interés.
Lo primero que me llama la atención -si es que puede usarse
esa expresión a estas alturas, ante el esplendor de la decadencia moral humana
que venimos contemplando desde hace tiempo- es la ingente cantidad de
personalidades públicas que están pasando en estos días por los juzgados. Los
otrora admirados personajes, pasan ahora a ser vilipendiados por muchos, y en
general, pasan a ser vistos de otra forma por la gran mayoría, al ponerse sobre
la mesa sus comportamientos, tan humanos como los del más común de los
mortales. Aunque, sin duda, seguirá habiendo muchos que les apoyen y arremetan
contra quienes les han acusado, argumentando que es todo una persecución, y que
hay gente mucho peor por ahí. En fin, está claro que, en esta vida, cada uno se
cree lo que quiere creerse. Sobran ejemplos de ello.
Lo siguiente que me llama la atención es la actitud que
prácticamente todos los acusados y/o condenados muestran ante su situación.
Casi sin excepción, la gran mayoría insiste en “su” versión. Es decir, ellos
son grandes hombres –políticos, empresarios, abogados,…- y nada malo han hecho.
Los malos son quienes les acusan. Y eso que, en ocasiones, las pruebas contra
ellos –divulgadas por los medios de comunicación, grandes animadores de los
juzgados en los últimos tiempos- podrían calificarse como demoledoras. Pero
ellos parecen ignorarlas, en un intento quizá de lograr que el tribunal haga lo
mismo. No hay que olvidar que los jueces tienen el inmenso poder de desestimar
pruebas, declaraciones e incluso testigos, según su criterio personal. Un
criterio que, en principio, debería estar dictado por el Derecho –entendido,
como dice la Real Academia, como el conjunto de principios y normas expresivos
de una idea de justicia y orden que regulan las relaciones humanas en toda
sociedad-. Justicia y orden son dos palabras muy grandes; quizá demasiado, ya
que, dependiendo de quién esté sentado en lo más alto del tribunal, parecen
significar cosas muy diferentes.
Y, al otro lado del escenario, millones de espectadores
contemplamos atónitos las actuaciones de jueces, abogados, fiscales, acusados y
testigos. Todo mostrado bajo el prisma del correspondiente medio de
comunicación, que apoyará o atacará la cuestión de que se trate en función de
los intereses que defienda. Es decir, se reclamará justicia y orden en los
casos en que la cuestión sea favorable, y se clamará la existencia de una
persecución, y de una injusticia a todas luces, en el caso contrario.
Este panorama, tal cual lo he descrito aquí de forma
simplificada, observo que presenta bastante correspondencia con otro, más
lúdico, que también se nos muestra habitualmente en los medios de comunicación,
y que en ocasiones suele tener alto impacto: se trata de los partidos de
fútbol. En ellos, podemos identificar claramente la figura del juez y sus
ayudantes, de los acusados y acusadores –afortunadamente, son sólo una parte de
los jugadores que deambulan por un campo de fútbol- y, finalmente, todos los
espectadores que presionan, mucho más directamente aquí, a los jueces de la
contienda.
En efecto, estos jueces también vemos en ocasiones que
toman decisiones poco justificadas, o que parecen cambiar de criterio en un
momento dado sin que haya más explicación salvo que, quizá, se hayan dado
cuenta de que en otra ocasión anterior se equivocaron, y pretenden compensar el
error anterior. Además, podemos ver cómo los acusados niegan los hechos cuando
se les pregunta al final del partido, aun a pesar de la evidencia mostrada en
forma de repetición de una cierta jugada. Tampoco es extraño que se aluda,
aunque de forma indirecta, a que pasan cosas muy raras con ese árbitro, o a que
siempre se les castiga a ellos, o a que otros son los que siempre son
favorecidos… Resulta triste ver que, en ocasiones, los miembros de los dos
equipos estén más ocupados en engañar al árbitro que en hacer bien su trabajo.
De nuevo, la justicia y el orden aparecen en boca sólo de una de las partes, la
que resultaría beneficiada si se aplican.
De forma similar a la justicia ordinaria, la justicia
deportiva también admite recursos ante instancias superiores. Afortunadamente,
esto sólo aplica en el caso de sanciones, entendiéndose que los resultados de
los partidos son inamovibles –a pesar de la considerable influencia de las
decisiones arbitrales en los mismos-. Algo es algo. En estos días, cualquier ciudadano
de a pie puede intuir el conjunto de intereses que confluyen en el entramado
judicial, bastante alejados de lo que en realidad debería estar detrás de las
decisiones –las ideas de justicia y orden-. Con este panorama, casi es mejor
que el fútbol siga siendo así.
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