En la entrada de hoy, retomo un tema ya tratado en su día en este mismo blog.
En la entrada de noviembre: “Crisis, what crisis?” se hacía mención a varias
noticias alrededor de la multinacional LVMH: el incremento constante de sus
ingresos anuales a pesar de la crisis, el fichaje estrella de un director
artístico de la competencia, y por último, el anuncio de que el propietario de este
imperio, Bernard Arnault, había solicitado la nacionalidad belga, según decía
éste, para realizar más fácilmente inversiones en ese país. La conclusión que
indiqué entonces era que quienes pertenecen a los círculos de poder forman una
red social propia, a la que se vinculan cuando adquieren su privilegiado
status, y en la que se relacionan mediante intercambios de favores. Esto es
algo que podemos comprobar en las noticias que aparecen en los medios cada día,
simplemente analizando quién está detrás de cada decisión importante, y qué
posición tuvo anteriormente. Es decir, los movimientos de cada uno dentro de la
red social de los poderosos. En mi libro, Las aristas borrosas del éxito (enlace aquí), se trata este tema en detalle.
Como es lógico, el tema más controvertido de los tres que
mencionaba en aquella entrada –la solicitud de la nacionalidad belga por parte
del más acaudalado ciudadano francés- ha seguido produciendo noticias sin cesar.
Unos meses más tarde, la oficina de extranjería belga, uno de los tres
organismos que debían aceptar la solicitud de nacionalidad del millonario, se
pronunció en contra, ya que consideraba que Arnault no había acreditado tres
años de residencia en el país, requisito imprescindible para obtener la
nacionalidad belga. También lo hizo la Fiscalía de Bruselas, y sólo hubo
dictamen favorable de la oficina de Seguridad, al no existir antecedentes
penales en su contra. De todos modos, hace algo más de un mes, el propio
interesado retiró su solicitud, comunicando que la misma se había debido a su
interés de proteger la integridad de su imperio en caso de que no hubiese
acuerdo entre sus herederos si él falleciera. Aunque nunca se sabrá la verdad
absoluta, algo puede haber de cierto en ello, según lo que indico a
continuación.
Hace unas semanas, se ha publicado otra noticia (enlace aquí)
donde se explica con cierto detalle el entramado sucesorio previsto por el
magnate. Al parecer, hace cinco años creó en Bélgica una empresa que
gestionaría su herencia en caso de que se produjese la desaparición repentina
del fundador. El punto más importante de todo ello sería decidir quién sería el
sucesor al frente del grupo empresarial. Un punto nada trivial, como es lógico,
y para el que se postularían, en principio, sus cinco hijos, y también dos
sobrinos que trabajan dentro de su imperio. Pero hay bastante más: el magnate
decidió transferir a esa empresa belga el 90% de las acciones de su conglomerado
empresarial, cediendo la mitad de las mismas a sus hijos, aunque manteniendo él
en su poder el usufructo –beneficios, y derechos de voto derivados de las
mismas-. A su vez, los hijos firmaron un compromiso de mantenerlas cierto
tiempo una vez desaparecido el padre. En esta complicada operación, que fue
aprobada en su día por el ministro de Economía francés, lo que se consigue es
transformar una herencia en una donación, con la consiguiente rebaja fiscal del
45% al 6,5%. Pues bien, unos años más tarde, quien fuese ministro de Economía
es ahora el presidente de la fundación que controlará el futuro del imperio una
vez desaparezca el magnate; lo cual, además de una cuantiosa retribución, le
dota de un poder de influencia que no sé si alcanzamos a imaginar. Qué
coincidencia, ¿verdad? Aunque también se puede ver lo anterior como la
devolución de un favor al que fuese importante político. Aquí es donde esta entrada enlaza con la de
hace unos meses: en la red social de los poderosos, los favores quedan anotados
y, antes o después, se terminan devolviendo.
Como los grandes personajes son plenamente conscientes del
seguimiento que se hace de sus movimientos y la repercusión que ello tiene en
los ciudadanos, tras retirar su solicitud de nacionalidad, el magnate se quejó
de las críticas recibidas en los medios de comunicación, diciendo que su
contribución a las finanzas de Francia era mayor que la de cualquier otro, ya
que su empresa paga 1.000 millones de euros en concepto de impuesto de
sociedades. Teniendo en cuenta que en 2012 el grupo tuvo un EBITDA de 7.220
millones de euros, y un beneficio antes de impuestos de 5.729 millones –ambos
beneficios en crecimiento continuo año tras año-, esto supone que,
aproximadamente, el porcentaje tributado es de 17,5%. No parece ninguna
barbaridad; a la mayoría de los simples trabajadores se les hace pagar bastante
más que eso en impuestos. Además, el magnate sabe que, pagando todos los
impuestos del grupo en Francia, tiene un arma de presión importante hacia el
gobierno de su país cada vez que tenga que negociar con ellos cualquier asunto.
Y, sobre todo, no olvidemos que quien está pagando esos impuestos es el grupo de
empresas, con cargo al beneficio de las mismas. No se trata, ni mucho menos, de
lo que paga el señor Arnault personalmente; lo que hace referencia a su
patrimonio está sujeto a otros privilegios mucho más exclusivos. Como muestra
este otro articulo (enlace aquí),
Arnault no ha tenido que pagar ni un céntimo en impuestos a la hacienda belga,
a pesar de haber declarado unos beneficios de 193 millones de euros entre 2009
y 2011. Parece ser que, merced a una ley belga de 2005, a condición de que la
empresa esté creando empleos –aunque escasos- en el país, se condona el pago de
impuestos, lo cual ha atraído ingentes cantidades de dinero a Bélgica en los
últimos años. Es decir, no es preciso que el señor Arnault busque llevar su
dinero a ningún paraíso fiscal; en la práctica, ha logrado ese mismo
tratamiento en Bélgica, como indica el artículo, que, por cierto, cambia los
porcentajes de la herencia-donación antes mencionados, aunque manteniendo un
orden de magnitud aproximado –el 45% es aquí un 40%, y el 6,5% es aquí un 3%-.
Paradójicamente, el artículo indica que, según la OCDE, Bélgica es el país
europeo con cargas sociales más elevadas. Aunque no para el señor Arnault. Como
acababa en mi entrada de entonces, la crisis no es igual para todos.
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