En esta entrada voy a hablar de dos noticias bien distintas,
ocurridas en los últimos días en el continente americano. Ambas tienen relación
con mi libro, Las aristas borrosas del éxito, disponible en Amazon (GRATIS durante esta semana, enlace aquí).
La primera de ellas es el desenlace de las elecciones presidenciales
en Venezuela. Para alguien no muy familiarizado con los procesos electorales en
ese país, lo cierto es que algunas de las prácticas llevadas a cabo sorprenden
bastante. Por ejemplo, que uno de los candidatos emita un discurso por la
televisión pública durante las votaciones. Parece ser que ha habido otras
medidas más directas todavía, que pueden parecer más propias de una película
cómica: cerrar antes de tiempo determinados colegios electorales, o permitir el
acceso sólo a los militantes de un partido, o escoger la papeleta en compañía
de un “asesor” perteneciente a cierto partido.
Sin embargo, todo lo anterior se queda en simples detalles,
casi anecdóticos, frente a la principal medida, a la que se ha recurrido, no
sólo en este proceso electoral, sino en otros muchos celebrados antes en otros
países: la no realización del recuento detallado de votos. Esta expresión
parece dar pánico a los proclamados vencedores en primera instancia, quienes en
ningún caso admiten la medida. Por razones obvias: únicamente puede resultar
peor para ellos. En este caso, a las pocas horas de finalizar las votaciones, el
tribunal electoral nombró vencedor a Maduro –por muy escaso margen- y, a pesar
de que el resultado no ha sido aceptado por su contrincante, quien ha
solicitado el recuento detallado de los votos, a las pocas horas Maduro ha sido
proclamado nuevo presidente para los próximos seis años. Nada menos. Todo ello,
pese a la recomendación y ofrecimiento de apoyo de varios organismos
internacionales para realizar el recuento detallado de votos.
Hay ejemplos recientes de otras elecciones en el mismo continente
en el que se solicitó el recuento detallado y no se produjo –caso de México, en
2006- e incluso otros donde ha habido que recurrir a los tribunales: las
elecciones en Estados Unidos, en noviembre de 2000, donde hubo que recurrir al mismísimo
Tribunal Supremo, que decidió, más de un mes después de realizarse las
votaciones, que no era necesario realizar un tercer recuento –éste manual- de
los votos en el estado de Florida, como solicitaba la candidatura de Al Gore,
al denunciar serias irregularidades. Debido a esta decisión, George W. Bush ganaba
las elecciones por un margen de 531 votos en ese estado y, por extensión, la
presidencia de los Estados Unidos. Aunque para ver la intervención de los
tribunales en un proceso electoral no hay que irse tan lejos: en las elecciones
de 2006 a
la presidencia del Real Madrid, ganadas por Ramón Calderón, también fueron los
jueces quienes decidieron que no se haría recuento del voto por correo
–anulando el mismo- ante la denuncia del propio Calderón, que estaba basada en
que no se garantizaba la autenticidad ni confidencialidad en esa modalidad de
voto. Ramón Calderón había ganado en el voto presencial, como en todos los
casos anteriores, por un escaso margen.
Todo ello nos lleva al mismo punto: la lucha por el poder es
encarnizada y, en caso de darse situaciones ajustadas, no se duda en recurrir a
cualquier maniobra –más o menos legítima- para decantar la balanza hacia el
lado propio. Esclarecer los hechos parece ser irrelevante: lo que importa es
hacerse con el poder, sea como sea.
Lo que me parece más curioso es que, en países que se
consideran civilizados, y como tales se caracterizan por poseer un sistema
democrático y unos tribunales que se encargan de preservar la justicia en torno
al mismo, los hechos parecen demostrar todo lo contrario. Podemos ver en todos
los ejemplos anteriores que la decisión definitiva no está encaminada a
esclarecer los hechos lo máximo posible, sino a truncar ese proceso, dando la
razón a una de las partes. Lo cual puede llevarnos a ver algún tipo de
perversión en el modelo: quien tiene que tomar una decisión, no decide llegar
hasta el final para que no haya dudas, sino que decide de una forma
determinante, para que conste sin ninguna duda que ha decidido a favor de una
de las partes. ¿Por qué actúa así? ¿Esperando, quizás, alguna recompensa
posterior por parte de quien ha sido declarado vencedor? No olvidemos que, al
frente de los organismos que deciden, por muy genéricos e impersonales, que
parezcan, hay personas, que tienen nombres y apellidos, familiares, muchos
gastos…
La otra noticia a la que quiero hacer mención es el
atentado, uno más, que acaba de sufrir el país más poderoso del mundo, en el transcurso
de la Maratón de Boston.
En el momento de escribir esta entrada, todavía no se conoce
nada sobre los autores o sus posibles motivaciones. Solamente se sabe que han
hecho explosión dos artefactos de fabricación casera, con un intervalo de doce
segundos, y a unos cien metros de distancia entre sí, lo cual puede hacer descartar la opción de que se trate de
un perturbado, como los autores de tantas matanzas llevadas a cabo los últimos
años en cines, escuelas, edificios públicos. La coordinación necesaria hace
pensar en algún tipo de organización terrorista, aunque las investigaciones irán
desvelando más detalles.
En cualquier caso, lo que me intriga es la capacidad de este
país para generar y atraer hacia sí todo tipo de violencia. Lo hace en cantidades dramáticamente superiores a cualquier otro país "rico". Y no es algo que solamente veamos desde fuera: cada poco tiempo, se
reaviva en el país la polémica sobre la tenencia de armas de fuego por parte de personas
sin ninguna preparación, ni justificación aparente, más allá de la autodefensa.
Sin duda, el uso de las armas de fuego es algo profundamente arraigado en la
cultura del país, desde sus comienzos hace poco más de doscientos años, pasando
por la época de la conquista del Oeste a lo largo del siglo XIX, y siguiendo
por los folclóricos -permítase la expresión- acontecimientos relacionados con la Ley Seca, y los gangsters, además de los incontables conflictos bélicos internacionales en los que se ha visto inmerso el país
en el siglo XX y principios del siglo XXI. El tiempo dirá si esta nueva forma de
absurda violencia ha nacido en el propio país o ha llegado desde fuera.
Estamos de acuerdo en lo de venezuela, allí se pasan a la ley por la galleta sin miramientos.
ResponderEliminarEn lo de Boston parece ser que ya le dieron de baja a uno de los responsables y tienen acorralado al otro.