La noticia que
quiero comentar hoy tiene mucha relación con lo mencionado en mi libro, Las aristas borrosas del éxito (enlace aquí). Tiene un titular muy expresivo: “Banesto, origen y final
de Alfredo Sáenz” (enlace aquí). El titular, buscando ser efectista, carece de
rigor, al no considerar que el protagonista accedió a Banesto cuando su carrera
profesional estaba más que consolidada. Para entonces, tenía 51 años, y ya tenía
experiencia en rescatar bancos en crisis. Once años antes había sido encargado
de una tarea similar, reflotar Banca Catalana -de la que llegó a ser presidente,
como en Banesto- por encargo de la empresa que la había adquirido, el Banco de
Vizcaya. Al mismo llegó en 1981, con 39 años, tras quince años de trabajo en el
sector industrial, en la empresa Tubacex.
Las experiencias
anteriores a Banesto debieron llenar de confianza a Sáenz, o quizá debieron
hacerle plantearse algo en la línea del titular del artículo: “aquí puede
empezar mi carrera como superestrella”. Sin embargo, hasta entonces, había
logrado convertirse en un ejecutivo de prestigio, gracias a su exitosa intervención
en Banca Catalana, a la que sacó de la ruina y la convirtió en el primer banco
de Cataluña. Este trabajo le catapultó nada menos que a la consejería delegada
del Banco de Vizcaya en 1988 –sólo por debajo del mítico Pedro Toledo- y a una
de las vicepresidencias del nuevo Banco Bilbao Vizcaya -formado en 1989-,
siendo propuesto tras la muerte de Toledo para copresidir el BBV junto a Sánchez
Asiaín, anterior presidente del Banco de Bilbao y que copresidía el BBV junto a
Toledo. Es decir, al comienzo de los años 90 nuestro protagonista ya se
encontraba en la primera línea de la banca española –de ahí mi comentario sobre
que Banesto no fue ni mucho menos su origen-. Pero, como he indicado en otras
entradas de este blog, el ansia de poder de muchos seres humanos parece ser
insaciable, y aquí tenemos otro ejemplo. Nuestro protagonista quería más. Quería
ser superestrella, costase lo que costase.
En diciembre de
1993, el Banco de España intervino Banesto y nombró presidente a Alfredo Sáenz –quien
dejaba transitoriamente Banca Catalana, de la que todavía era presidente, así
como todos sus cargos en el BBV-. Poco después, decidió adjudicarlo al Banco
Santander. En un golpe maestro, Emilio Botín consiguió que el Banco de España aceptase
mantener como presidente de “su” Banesto a quien, tras lo comentado antes, era
justamente la perla de la competencia. La nueva misión de Sáenz iba a ser la de
reflotar Banesto, así como integrarlo en el Grupo Santander -por aquel
entonces, Santander Central Hispano-.
Y he aquí,
retomando el contenido de la noticia que estoy comentando, que nuestro
protagonista decidió jugarse el tipo. Impulsó una política muy agresiva de
recuperación de créditos impagados, llegando al punto de llegar a presentar
denuncias falsas. La querella que le ha hecho dimitir ahora fue presentada en
1995 contra cuatro de los propietarios de una empresa catalana dedicada a los
suministros industriales. Tras su experiencia en Banca Catalana, Sáenz conocía
bien el entorno y tomó una decisión crucial: aquel caso debía ser
ejemplarizante, para mostrar a todo el mundo lo que ocurría a quienes no
cumplieran con el pago de las deudas a Banesto. Los cuatro acusados terminaron
en la cárcel, sirviendo de cabeza de turco, aunque su paso por prisión fue efímero,
ya que los ejecutivos disponían de bienes personales que fueron embargados. Sin
embargo, lo que se ha demostrado posteriormente es que todo aquel plan se urdió
con pruebas falsas y contando con la colaboración de un juez corrupto. Es
decir, el plan debía salir adelante costase lo que costase. El estrellato
estaba en juego; aquí fue cuando Sáenz vendió su alma al diablo.
Los condenados en
aquel momento nunca renunciaron a vengar el atropello. Las reclamaciones
judiciales les han ido dando la razón, primero en 2009 –Audiencia de
Barcelona-, más tarde en 2011 –Tribunal Supremo- y finalmente en 2013 –de nuevo
el Tribunal Supremo, anulando el indulto de 2011 del Gobierno-. A pesar de todo
lo anterior, en la actualidad el balón estaba en el tejado del Banco de España,
quien, tras una nueva Ley promulgada este año, puede decidir si mantener o no
en el cargo a banqueros condenados, y justamente ahora estaba evaluando el caso
de Sáenz. Es pronto para saber quiénes han influido en la decisión definitiva,
pero por fin ha aparecido algo de sentido común y Sáenz ha terminado por presentar
su dimisión. Debido a este asunto, ya en 2011 renunció a ser consejero de la
filial del Santander en Reino Unido, probablemente a indicación de las
autoridades británicas. La mano de Emilio Botín no llegaba tan lejos, al
parecer.
En coherencia con
lo que dicen los manuales del buen ejecutivo, su jefe, Emilio Botín siempre le
ha defendido y ha dicho informalmente que Sáenz es uno de los mejores banqueros
del mundo. Creo, sin embargo, que en su interior don Emilio es consciente de una
cosa. Los altos ejecutivos, destinados a tomar grandes decisiones, no deben
quedar en evidencia. Aunque los números del Grupo Santander con Sáenz al frente
–ha sido CEO los últimos once años- son ciertamente espectaculares, cabe
preguntarse si habrían sido similares con otra persona al frente. Es sabida la
fama que siempre ha tenido Botín de mover a su antojo a sus directivos, dado
que ha llevado una gestión muy personal del imperio Santander.
Volviendo al punto
que me interesaba, hace casi veinte años, Sáenz vendió su alma al diablo. Como
cabría esperar a consecuencia de ello, triunfó: ha sido uno de los ejecutivos
españoles más reconocidos en el extranjero. Y también uno de los mejor pagados.
Tanto, que la pensión que le corresponde al cesar en sus funciones corresponde
a 88 millones de euros –muy superior al de su protector, que solamente percibiría
25,4 millones en caso de que se decida a dejar su Banco-. Sin embargo,
ahora ha llegado el momento de rendir cuentas. El final de la película, sin
duda, no es como el protagonista habría imaginado. Una dimisión con un borrón
en su expediente como éste –una condena a seis meses de prisión y 100.000 euros
de indemnización por acusación falsa y estafa procesal- no es un buen colofón a
la carrera profesional de una superestrella de la banca.
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