Resulta
curioso comprobar, una vez más, que la realidad supera con creces a la ficción.
En un asunto de alto secreto, como el cónclave mantenido días atrás en el
Vaticano, a éste que escribe le resulta difícil no evocar las imágenes de
alguna película. Hay unas cuantas películas bastante conocidas que reflejan las
numerosas intrigas vaticanas. Intrigas, por otro lado, esperables en cierto
modo, debido al inmenso poder que se concentra en ese pequeño estado.
En
mi libro Las aristas borrosas del éxito (disponible aquí) se habla, entre otras cosas, de la gran
capacidad de influencia que conservan en nuestros días las organizaciones
religiosas. Esta semana leí en un artículo que la principal tentación a la que
se enfrentaban los cardenales en este cónclave era la del poder. A la vista de
los últimos nombramientos –el de Benedicto XVI y el de Francisco-, creo que sus
eminencias han sucumbido en ambas ocasiones a la tentación, dando muestra de su
humanidad. Vayamos por partes.
Los
dos últimos cónclaves parecen haber seguido similares caminos. Unas primeras
rondas de votaciones que sirven para tantear los apoyos de unos y otros y, una
vez constatado que ningún candidato logra por sí solo la abrumadora mayoría
necesaria –en este cónclave, con 115 cardenales, era preciso tener el voto de
76, nada menos-, entonces se opta por una solución equitativa: ya que ninguno
de los favoritos consigue vencer con claridad, no será designado ninguno de
ellos. El elegido será –ha sido, en ambos casos- aquél con mayor poder de
arrastre de votos. A estos cardenales más influyentes se les ha denominado grandes
electores, “king maker”, y otros apelativos similares. Quienes estaban en esa
posición, es decir, Ratzinger en aquel momento y Bergoglio en estos pasados días,
han utilizado su gran poder de influencia para llegar a la misma solución:
“elegidme a mí”.
Juan
Pablo II fue un Papa con un marcado perfil público. Viajero, emprendedor,
valiente, fue un Papa misionero. Cuando falleció, la elección en el cónclave de
Benedicto XVI se veía como un contrapunto, si bien no necesario, al menos admisible.
Se trataba de un Papa mucho más reflexivo, menos dado a los actos públicos que
su antecesor, y con un mandato previsto no muy largo –fue elegido con 77 años-.
Cuando se lee el perfil que algunos diarios dan de este nuevo Papa –alguien
culto, tímido, esquivo- da la impresión que el parecido en cuanto a
personalidad con su antecesor es más que notable. Llama la atención que algún
artículo lo defina como “anti-Ratzinger”, basando ese calificativo en argumentos
como su sensibilidad con los pobres y visión progresista, además del hecho de
ser hispanoamericano y jesuita, el primero en la historia que llega al papado. En
mi opinión, algunos de estos supuestos resultan difícilmente justificables;
respecto al calificativo de progresista, el mismo artículo resalta su contundente
oposición al matrimonio gay y a técnicas como la inseminación artificial,
además de ser conocida su tolerancia en el periodo de dictaduras militares que
vivió Argentina. Respecto a su supuesta afinidad por los pobres, qué decir: los
jesuitas han destacado a lo largo de la Historia justamente por lo contrario. Todo
lo anterior, unido al hecho de que ya tiene 76 años –no es una edad en la que
el ser humano se sienta generalmente muy progresista-, parece dejar bien claro
que posee un perfil muy parecido al del anterior Papa. Y este perfil viene a
ser todo lo contrario de lo que se pedía o se vaticinaba en estos días: que sería
un Papa joven, renovador, enérgico, misionero. Algo no parece encajar en todo
esto. Pero, en fin, tiempo al tiempo.
En
la anterior entrada de este blog se hacía referencia a la pirámide motivacional
de Maslow para asociarla a la expresión coloquial “pasar a la posteridad”, que
siempre ha sido considerado lo máximo que puede lograr una persona. Al menos, una
persona de las clases medias y bajas, es decir, más del 99% de la población. Sin
embargo, pasar a la posteridad no parecía ser lo prioritario entre los papables
en estas últimas semanas, dado su interés por aclarar diversas cuestiones
concernientes a la vida vaticana como la situación del Banco Vaticano o la filtración
de documentos confidenciales, conocida como Vatileaks,
antes de iniciar el cónclave. Es posible que tanto remilgo ante una oportunidad
única –acceder al papado- haya creado cierta división en la intención de voto
de sus eminencias, y en medio del desconcierto ha aparecido quien, sin ser uno
de los candidatos con más opciones -más bien lo contrario, por todo lo indicado
en el párrafo anterior-, se ha llevado el gato al agua. Y ha hecho buena la
tesis de Maslow, una vez más.
Hay
que tener en cuenta una variable adicional, que no ha sido pasada por alto en
los artículos posteriores a la elección. En el cónclave de 2005, una vez
realizadas las primeras votaciones, Bergoglio, que era uno de los favoritos,
optó por retirarse y, dicen que con lágrimas en los ojos, solicitó a sus afines
que votasen a Ratzinger. Ocho años más tarde, éste decide abandonar y, contra
todo pronóstico, el damnificado en 2005 parece cobrarse la deuda a la que se
hizo acreedor en aquel momento. Como siempre, hay opiniones de todo tipo, pero un
“Papa bueno” –como también se ha calificado a Bergoglio en algún artículo-
podría haber instado a sus afines a elegir a otro candidato más idóneo. Incluso
si, como se dice, la suya ha sido una solución intermedia entre el brasileño
Scherer y el italiano Scola, el que ya es nuevo Papa podría haber usado su
influencia para interceder por algún otro de los que se consideraban con
opciones: el cardenal canadiense Ouellet, el austriaco Schönborn, o incluso el
filipino, Tagle. Hasta el hondureño Maradiaga podía haber sido beneficiario de
su influencia: en la actualidad tiene 71 años, también es hispanoamericano y
también, como él, fue uno de los favoritos en el cónclave de 2005. Pero no. Su
enorme influencia ha sido utilizada en beneficio propio, y esto, guste más o
guste menos, es un hecho.
Vuelvo
a la frase del comienzo: “el mayor enemigo en este cónclave es el poder”. El
ansia de poder, tan inherente al ser humano, sin importar su condición, parece
que siempre está detrás de todo. Qué hará el nuevo Papa con tanto poder en sus
manos –por ejemplo, si acometerá o no la renovación tan reclamada por todos- está
por verse. El tiempo dirá.
"Su enorme influencia ha sido utilizada en beneficio propio, y esto, guste más o guste menos, es un hecho"
ResponderEliminar...pero..tú qué sabrás!
esto es cualquier cosa no tiene ningun asidero
ResponderEliminarmuy livianito el articulo, da vueltas y no dice nada concreto ni aporta ninguna base para las aseveraciones
ResponderEliminarCuanta pavada hay que leer por favor... este blog debería llamarse "hablemos sin saber". Qué fácil es ensuciar gratuitamente, deberías leer e interiorizarte un poco sobre la vida y obra de Jorge, ahora Francisco, antes de escribir semejantes burradas.
ResponderEliminarEso, que averigue! Su homofobia, su cercanía a los militares y a Macri, VIVA el cura fascista Bergoglio!!!!
EliminarEstoy totalmente en contra de este artículo y la razón es simple: usted no conoce a Bergoglio, el nuevo papa. Se nota que nunca oyó ninguna de sus misas, que nunca se lo encontro en el colectivo, que nunca habló con él como si hablara con un vecino, que nunca lo vio recorrer las villas... me parece que usted habla desde la ignorancia solo para parecer importante y que en realidad solo dice lo primero que se le ocurre de una forma rebuscada.
ResponderEliminarPD: con solo comparar la salida al balcón al ser elejido papa de Ratzinger con la de Bergoglio se puede tirar abajo todo este post (un ejemplo: Ratzinger = cruz de oro - Bergoglio = cruz de metal menos valioso que el oro)