Pero, como siempre, llegan los matices. Esta semana se publicaba que, tras la renuncia de Joseph Ratzinger al papado y la entrada de la Iglesia en Sede Vacante el pasado 28 de febrero, curiosamente, los cardenales encargados de elegir a su sucesor no tenían prisa por nombrar un nuevo Papa, sino que deseaban tener más información. En este artículo (enlace aquí) se detalla cómo los cardenales están dedicando estos días a conocerse, y a preparar de forma seria y en profundidad dicho cónclave. También habla de que muchos cardenales han manifestado su interés por conocer qué hay de cierto en las noticias sobre la publicación de documentos sobre intrigas y enfrentamientos en la curia vaticana. En mi libro, Las aristas borrosas del éxito (enlace aquí), se trata sobre las organizaciones religiosas y el poder que algunas de ellas ejercen en la sombra.
Resulta curioso tomar tantas precauciones antes de iniciar un proceso tan sencillo como éste y en el que, por otro lado, todo el mundo debería tener claro qué hacer. Es decir, cualquiera de los convocados debería tener claro por quién votar, al menos en la primera ronda. Y, respecto a los papables, también me parece sorprendente tanta prudencia. Para un religioso, más todavía cuando adquiere cierto rango, siendo nombrado obispo o cardenal, lo máximo debería ser llegar a lo más alto, en base a lo mencionado antes sobre esta necesidad humana de pasar a la posteridad. Una vez llamados a Roma, no parece justificada la espera de tantos días antes de comenzar las votaciones -el cónclave comenzará finalmente el día 12, tras casi dos semanas de Sede Vacante-. En estos tiempos, en los que ningún desplazamiento puede suponer más de 24h, y todos los cardenales estaban sobre aviso previamente, no parece razonable ni la tardanza de unos ni el ansia de debate de otros. Parece llamativo que muchos de los cardenales quieran dejar bien claras las cosas antes de empezar a votar; aparentemente, su intención debe de ser debatir primero sobre lo que va a encontrarse el sucesor de Benedicto XVI. De modo que pasar a la posteridad es atractivo, sí, pero depende. Por desgracia, este parece ser el signo de los tiempos, a la vista de otros ejemplos que voy a mencionar.
El más claro ejemplo de lo que estoy relatando es el de Iñaki Urdangarín. Sobra dar referencias a noticias sobre él, ya que las lleva habiendo todos los días desde hace muchos meses. Tratándose de un deportista de élite que, una vez retirado, contrae matrimonio con la hija del Rey, y se convierte en Duque de Palma, todo indicaría que habría triunfado en la vida, y estaría en la cumbre de la pirámide social. Habría logrado trascender, y pasar a la posteridad, no sólo como un plebeyo destacado por su actividad deportiva, sino también por formar parte de la nobleza más elevada en nuestro país, la vinculada a la Casa Real. Pero todo lo anterior no le debió de parecer bastante, y quiso aprovechar las facilidades que le proporcionaba su nueva posición social para hacer contactos entre la clase política y empresarial de nuestro país, de cuya poco ortodoxa forma de proceder he hablado largo y tendido en otras entradas de este blog. Hasta ahí, la cosa podía parecer razonable, ya que sólo demostraría ambición y ganas de prosperar aún más económicamente. Pero, a la vista de los hechos, puede concluirse sin dudar que la aventura se le fue totalmente de las manos. El caso Palma Arena, por el cual Urdangarín está encausado, incluye los cargos de malversación, fraude, prevaricación, falsedad y blanqueo de capitales. Algo nada extraño teniendo en cuenta los personajes con los que ha hecho sus negocios.
La frase anterior nos lleva, irremediablemente, a pensar en los políticos. Quien accede al puesto de alcalde en su ciudad o pueblo, y más aún quien llega a presidente de su comunidad autónoma o, incluso, a ministro o a presidente de un gobierno, indudablemente ha logrado pasar a la posteridad. Pero, ¿qué ocurre entonces? ¿Se dedica a ejercer su cargo de la mejor forma posible, o en su lugar, se dedica a intentar enriquecerse por encima de toda ética? Pues, en nuestro país, en cientos de casos -no querría decir miles-, ocurre algo parecido a lo que ha ocurrido con Urdangarín. La persona en cuestión parece otear el horizonte desde su nuevo trono, no satisfecho con el mismo, buscando algo mucho más básico, el dinero -para él, y para sus familiares/empresarios afines-..
En vista de todo esto, quizá habría que replantearse la famosa pirámide de necesidades con la que comenzaba esta entrada. En vista de que tantos poseedores de éxito, respeto y alto nivel social, parecen despreciar todo lo que tienen en favor de hacerse con un buen puñado de dinero -o de más poder, ya se sabe que a veces es equivalente-, habría que plantear de otra forma las necesidades humanas. Sobre todo, en lo concerniente a pasar a la posteridad. A la vista de los hechos, este concepto ya no es, ni mucho menos, lo que era.
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