Esta
semana ha sido noticia la publicación de los resultados económicos de SAREB en
2014. Conocido popularmente como banco malo, el acrónimo que forma su nombre da
más pistas sobre su ocupación concreta. Se trata de la Sociedad de gestión de
Activos procedentes de la Reestructuración Bancaria. Es decir, se trata de una
entidad que debe gestionar fundamentalmente activos inmobiliarios que, debido a
la crisis, los bancos han debido adjudicarse a causa de sus clientes morosos, y
por su dificultad de cobro, resultan una carga insoportable en sus balances. Este banco es una de las
formas -la principal- en las que se ha articulado a nivel local el famoso rescate-ayuda concedido por la Unión Europea a España, que tan en
boga estuvo en su momento.
Por
ahondar un poco más, lo que SAREB hizo en 2012, año de su creación, fue comprar sus peores activos a diversas entidades financieras en apuros: en un primer momento, se trató de Bankia, Catalunya
Banc, Novacaixagalicia, y Banco de Valencia; posteriormente, se incluyeron
los activos tóxicos de Banco Mare Nostrum, CEISS, Caja3 y Liberbank. Todos esos activos fueron vendidos por
las entidades en apuros a SAREB, por un importe total de unos 51.000 millones
de euros, cuando su valor contable en los bancos era de más del doble. Así pues,
aunque el descuento con el que vendieron fue aproximadamente de un 53 por
ciento, lo que consiguieron los bancos fue la entrada de capital –los 51.000
millones que pagó SAREB- a cambio de esos activos de muy difícil recuperación.
Hasta
aquí, el mecanismo es claro para una parte: los bancos en apuros sanean su
situación al recibir esta fuerte inyección de capital, y a la vez se deshacen de unos activos problemáticos, reduciendo a la mitad
sus pérdidas previstas por estos activos y pudiendo, en conclusión, mantenerse a flote. Pero, ¿qué ocurre con la otra parte? ¿Qué
ocurre con SAREB?
Pues bien, en el
momento de su constitución, se fijó la vida de SAREB en 15 años. Durante este periodo,
su misión consistirá en desinvertir en todos los activos recibidos, procurando maximizar
su rentabilidad. Confiando en que la tendencia económica mejorase con el tiempo, se estimaba que
durante la vida de esta sociedad se alcanzase un beneficio anual del 15%. Objetivo
que puede parecer modesto, en vista de los beneficios que suele manejar el
sector bancario. Sin embargo, la realidad nos está mostrando poco a poco la
dificultad de la misión de SAREB.
Con la publicación de resultados de 2014, se ha vuelto a matizar que es el Banco de España quien ha recibido la ingrata tarea de tener que especificar de
qué modo debe SAREB contabilizar sus activos. Los criterios contables
vienen fijados por el Banco de España, al tener la nueva entidad un carácter a
medio camino entre un banco y una inmobiliaria. Y aquí es donde aparece la parte más desagradable de la historia; cosa que, por otro lado, ya podía intuirse desde hacía
tiempo. Para el cierre de 2013, el Banco de España indicó a SAREB que debía incluir
como pérdidas –o, dicho de otro modo, provisiones- los préstamos
participativos, que son aquellos que en caso de impago se convierten en
acciones de las inmobiliarias. De modo que llevarlos directamente a pérdidas constituye algo lógico, ya que con la crisis inmobiliaria estos
préstamos tienen muy poca probabilidad de ser recuperados. Y en 2014 se ha ido
más allá: se han incluido como pérdidas los créditos concedidos a promotores que
han declarado concurso de acreedores y que nunca aportaron ninguna garantía. Si
el primer concepto ya puede sonar arriesgado para el banco e indicativo de mala
praxis, lo cierto es que el segundo huele demasiado mal. Y no se trata de operaciones que
puedan considerarse aisladas, como vamos a ver.
Las
provisiones en 2013 por el concepto mencionado de los préstamos
participativos supusieron para SAREB una pérdida de 259 millones de euros. A ello hubo que
sumar las pérdidas propias del negocio –es decir, producidas por la venta a
precios todavía inferiores a los que el SAREB recibió sus activos- que sumaron
144 millones más en pérdidas. En el primer año del negocio, estas pérdidas del
negocio pueden considerarse normales, ya que todavía estábamos en el fondo de
la crisis. De cualquier modo, por medio de un crédito fiscal, se maquillaron
las pérdidas totales de 2013 hasta sumar 261 millones. Sin embargo, conviene no
engañarse: el crédito fiscal debe compensarse con ganancias de futuros
ejercicios, que todavía están lejos de producirse. Si no se considera este
maquillaje contable, tras su primer año funcionando, el SAREB perdió 403
millones de euros.
En
2014, las provisiones por impagados sin garantía alguna han supuesto 628
millones. A ello se han sumado otros 91 millones procedentes de otros préstamos
participativos –se entiende que procedentes de entidades que han presentado el
concurso de acreedores en 2014-. A ello hay que añadir otros 62 millones en las
pérdidas propias del negocio; inferiores a los 144 millones del año pasado, aunque
habría que saber si esto es debido a que se ha vendido más caro, o más bien, se
ha vendido menos y por ello las pérdidas han sido menores. En cualquier caso,
el segundo año, las pérdidas totales han ascendido a 781 millones de euros -585
aplicando el maquillaje del crédito fiscal-, que hay que sumar a los 403 del
año anterior, sumando 1.184 millones de euros. Casi nada para dos años de vida.
Ante
este panorama, aparecen las voces que en su momento advertían que la valoración
con descuento del 53% era, a pesar de todo, bastante generosa. La Comisión
Europea estimaba en 2012 que el descuento medio que debía haber ofrecido SAREB tenía
que haber sido del 72%, así que entiende que la diferencia hay que considerarla
como ayuda pública, ya que esos activos problemáticos valían mucho menos que lo
que se ha pagado a los bancos.
Para
complicar más la cuestión hay que decir que, para que el capital de SAREB no se
considere deuda pública, el capital privado debe suponer más del 50%, de modo que ha
habido que “invitar” a las entidades privadas a participar. Finalmente, más de
veinte bancos y aseguradoras han entrado en el capital, lo cual uno entiende no
como un éxito de la iniciativa, sino debido más bien a que nadie quería asumir una gran
participación, y han sido necesarios muchos socios para superar el 50%
requerido. Vistos los resultados de los primeros años de vida, se entiende
ese posible poco entusiasmo de las entidades “sanas” para entrar en el capital del banco
malo, ya que las perspectivas de negocio son más bien escasas. Es de suponer
que en breve –si no lo han hecho ya- esas entidades empezarán a reclamar a
nuestros gobernantes alguna otra compensación por su esfuerzo solidario para
soportar la crisis económica, en vista de que el banco malo no está en disposición
de dar beneficios.
A
finales de enero, quizá en previsión del desastroso cierre de 2014 que ya se
intuía, los primeros ejecutivos de SAREB abandonaron la entidad, sumando 10 los
abandonos desde el inicio de la actividad del banco malo. Llama la atención tanta
rotación -similar a la que puede haber en una entidad financiera al uso- en una
entidad como esta, que tiene un régimen de funcionamiento tan peculiar. Da la
impresión de que sus dirigentes, conscientes de la inviabilidad del negocio que
tienen entre manos, se están dedicando a sus propios asuntos; la gestión en
estos primeros dos años ha sido calificada de personalísima, y caracterizada
por ingentes gastos en asesores. La lectura que puede hacerse es clara: cuando alguien
alcanza un puesto de este nivel, le conviene dedicar gran parte de su esfuerzo a hacer favores, que las entidades beneficiarias le
puedan devolver en el futuro y así garantizarse un puesto a corto-medio plazo.
Es lo que tiene trabajar en el banco malo.
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