Una vez hemos respondido en la entrada anterior a algunas de las preguntas que la gente suele hacerse sobre la personalidad, como: ¿la personalidad puede cambiar?, o ¿hay personalidades más completas, o mejores o peores?, o ¿nuestra personalidad determina nuestro comportamiento?, en esta entrada quiero seguir explorando esas cuestiones que, más o menos frecuentemente, brotan en nuestro interior. Algunas de ellas, las relacionadas con nuestra labor profesional, mencionadas en mi libro, Las aristas borrosas del éxito (enlace a Amazon).
Pues bien, una vez visto que la personalidad puede cambiar -y, frecuentemente, lo hace a lo largo de nuestra vida-, la pregunta del millón es: ¿cómo puedo cambiar mi personalidad? Cuánta gente se habrá hecho esta pregunta, y lo habrá intentado, a menudo en vano. Veamos por qué.
Y es que, como quedó dicho el otro día, la personalidad es un conjunto de características de la persona, con las cuales nacemos, y que a lo largo de nuestra vida se van consolidando, o bien modificando. Poniendo un ejemplo concreto, si pudiésemos pasar un test de personalidad a un recién nacido -permítase la licencia-, éste tendría una determinada puntuación en cada una de las características de personalidad del test. Por ejemplo, en el test 16PF de Cattell, se obtendría una puntuación para cada una de las 16 dimensiones que mide. Si esta persona realizase el mismo test de personalidad veinte años más tarde, probablemene sus puntuaciones en todas las dimensiones serían diferentes; lo normal sería que en algún caso hubiese grandes diferencias, pero en la mayoria de dimensiones la diferencia no sería grande. Poniendo como ejemplo la dimensión sobriedad-entusiasmo, si como recién nacido se obtuviese una puntuación alta hacia el extremo de entusiasmo, la nueva puntuación obtenida a los veinte años podría ir hacia el extremo contrario -hacia la sobriedad, mostrando menos entusiasmo- o bien afianzarse en ese extremo -obteniendo una puntuación más alta todavía en entusiasmo que en el primer test-. En la mayoria de las dimensiones sería esperable un cambio pequeño -en una u otra dirección- mientras que en algunas de ellas el cambio sería mayor, pasando al extremo contrario. Finalmente, si volviesemos a realizar el mismo test de personalidad cuando la persona tuviese sesenta años, probablemente volveríamos a obtener 16 puntuaciones diferentes, aunque, en este caso, la variación entre en tercer y el segundo test sería menor que entre el segundo y el primero.
¿Y por qué? Esto es debido al desarrollo humano: durante nuestra infancia y juventud, somos mucho más sensibles a todo lo que nos sucede, ya que en estos periodos el aprendizaje es muy intenso. De modo que en los primeros veinte años de vida nuestra personalidad se ve modificada porque nuestras vivencias son experimentadas de forma más intensa, porque estamos programados para ello. Estamos mucho más receptivos a todo lo que nos sucede, porque en esta etapa tenemos mucho que aprender.
Sin embargo, ¿qué ocurre una vez que somos adultos? Pues que aprendemos mucho menos. Y, de la misma forma, las vivencias son sentidas con menos intensidad. Por ello, es menos esperable que haya cambios muy grandes en nuestra personalidad. Al menos, de forma espontánea. Si, de nuevo, se realizase el mismo test de personalidad cada cinco años, lo normal sería que aparecieran pequeños cambios, la mayoría casi imperceptibles, y sólo en periodos largos y en alguna dimensión particular veríamos cambios apreciables. El desarrollo humano en la edad adulta decelera, y aunque seguimos evolucionando, los cambios son mucho menos drásticos que durante nuestra infancia y adolescencia.
Volviendo a la pregunta inicial, ¿cómo puedo cambiar mi personalidad?, viendo lo ya explicado se entiende que no es nada sencillo. En la edad adulta, sólo son esperables pequeños cambios. No estamos programados para cambiar radicalmente una vez hemos madurado. Como se ha indicado, esto es debido a que las experiencias que tenemos a lo largo de nuestra vida adulta son vividas de forma más racional y menos emotiva que cuando somos pequeños. En el caso de que una persona adulta, voluntaria o involuntariamente, esté sujeta a experiencias muy intensas, es más probable que su personalidad pueda modificarse en un plazo más corto. Pero todo lo que implica nuestra parte racional conlleva un curso más lento. Por eso no es factible hacerse más alegre, o más calmado, o más seguro de sí mismo, sólo por que nos lo propongamos "como objetivo para este año".
Podemos, eso sí, cambiar de forma consciente la forma en la que nos comportamos. Lo que tenemos en mente, forma parte del contexto que, junto con nuestra personalidad, determina nuestro comportamiento. Por poner un ejemplo: una persona muy reservada puede, en un momento dado, adoptar una postura abierta. Ello no va a cambiar su personalidad, pero quizá sí la percepción que los demás tienen de esa persona. Que, al final, es lo que muchas veces se busca.
Y, por último, ¿como se manifiesta nuestra personalidad en el trabajo? Pues, de la misma forma que en el resto de nuestra vida cotidiana, es fundamental. Nuestra personalidad -o, mejor, las características concretas que la componen- nos adecúa para desempeñar unas u otras tareas en el trabajo. Lo deseable sería, en el marco de los procesos de selección que realizan las empresas, una evaluación de las características de personalidad del futuro empleado. A modo de ejemplo, el modelo PEN de Eysenck, uno de los más conocidos, consta de tres dimensiones: P, E y N. Las características de personalidad generalmente asociadas a las mismas son: P (agresividad, egocentrismo, impersonalidad, impulsividad, no socialidad, ausencia de empatía, creatividad, rigidez), E (sociabilidad, vivacidad, actividad, asertividad, búsqueda de sensaciones, despreocupación, dominancia, espontaneidad y búsqueda de aventura) y N (ansiedad, depresión, sentimiento de culpa, baja autoestima, tensión, irracionalidad, timidez, tristeza y emotividad).
Como es lógico, es difícil encontrar personas "de libro", que encajen a la perfección con las características anteriores. Pero, en general, y siendo algo malévolo, las características de la dimensión P, ¿alguien las ha visto alguna vez reflejadas en algún superior, preferentemente un directivo? Y, las características de la dimensión E, ¿alguien las ha visto en algún conocido o conocida para quien el trabajo no es, ni mucho menos, lo más importante de su vida? Y, por último, ¿en cuántos y cuántos conocidos y conocidas hemos visto, en repetidas ocasiones, la gran mayoría los rasgos que aparecen en la dimensión N?
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