Mi entrada de hoy está sugerida por una noticia que hace unos minutos ha publicado el diario Expansión (enlace aquí). La noticia era esperada para hoy, que era el día en que se iban a hacer oficiales los datos de la noticia: la empresa Oliver Wyman cifra en 59.300 euros la ayuda a la banca española.
En otro artículo relacionado, que se ha publicado a primera hora de la mañana (enlace aquí) se decía textualmente lo siguiente: "A finales de junio, la consultora Oliver Wyman calculó que las entidades necesitarían entre 51.000 y 62.000 millones para afrontar las pérdidas esperadas de buena parte de la cartera de créditos ante un hipotético descalabro económico hasta finales de 2014.
La cifra final quedará previsiblemente en la parte alta de la horquilla ."
Leyendo ambas noticias, uno queda impresionado ante la exactitud de las previsiones de esta empresa, que tres meses después de un análisis preliminar-el elaborado en junio-, ratifica que ya entonces había dado en la diana. Y con bastante precisión, además. Si nos fijamos, la horquilla facilitada en junio (51.000-62.000) se puede ver también de otra manera: 56.500 millones, con un margen -por arriba y por abajo- de 5.500. La cifra facilitada ahora se desvía solamente 2.800 euros, la mitad del margen dado hace tres meses. Para que hubiese sido justo la mitad, en lugar de 59.300 millones la cifra habría tenido que ser 59.250. Parece demasiado exacta, ¿verdad? Alguien debió de pensar: "redondeemos un poco". De hecho, el redondeo es lo que se suele hacer cuando se habla de magnitudes tan grandes como estas, porque, entre otras cosas, es imposible precisar con tanta exactitud. Pero, principalmente, por una cuestión estética: no queda bien decir que las necesidades son de 59.321 millones.
Como el que aquí escribe ha trabajado unos cuantos años en el mundo de la planificación financiera, y ha participado en due diligences, elaboración de planes de negocio y más, mi interpretación es la que sigue, y apuesto a que no estoy muy desencaminado: una vez calculada la cifra principal -cálculo realizado mediante una simple suma de las necesidades calculadas para los bancos evaluados- y obtenido el temido 56.500, lo primero que hacen los prestigiosos consultores es aplicar a esta cifra un margen de seguridad -superior e inferior- del 10%. En propiedad, este margen sería de 5.600, pero esto nos daría los límites, no redondeados, de 62.100 y 50.900, de modo que se hace un poco de maquillaje, el 5.600 se redondea a 5.500 y ya hemos obtenido nuestros números redondos y presentables: 51.000 y 62.000.
El problema cuando uno trabaja con números, y sobre todo con números de los que está pendiente medio mundo, es que es muy difícil desdecirse, ya que el prestigio queda en entredicho. Una vez hecho público este intervalo, los consultores debían analizar en detalle a las entidades, para afinar más la cifra. Por experiencia, a medida que encontramos más datos de una empresa, éstos suelen cambiar la impresión original. En el caso que nos ocupa, si la cifra de 56.500 se obtuvo a partir de siete cantidades -las necesidades de siete entidades bancarias-, por ejemplo, lo que en un principio se estimó como 20.000, luego puede verse como algo superior -22.000, 23.000-. También en ocasiones se puede descubrir que otra cifra había sido sobreestimada y hay que corregirla a la baja -un 5.000 que ahora podría ser 4.000-. En vista de la experiencia de los últimos años en cantidades macroeconómicas en nuestro país -tanto del sector público como privado, y Bankia es un buen ejemplo-, a medida que pasa el tiempo y se dispone de más información, las cantidades van subiendo. De modo que, en mi opinión, no es de extrañar que la cifra final -suponiendo que los consultores hayan seguido trabajando durante estos tres meses- estuviese por encima del límite superior de 62.000. Esta mañana escuché a un compañero decir que nadie se iba a creer una cantidad que estuviese por debajo de 75.000. Esta cantidad resultaría creíble, sí, pero no dejaría en muy buen lugar a los prestigiosos consultores.
De modo que, independientemente de que hayan tenido a sus chicos trabajando durante estos tres meses, ¿qué hacen los responsables de la prestigiosa empresa consultora? Hacen lo que deben: demostrar su buen hacer profesional, y dar una cifra final en el ámbito de lo ya estimado hace tres meses. Y, ¿con qué criterio? Pues, básicamente, lo que exponía al principio. Los responsables ya han realizado muchas veces este tipo de maniobras numéricas, con lo cual no es nada complicado. Dicen: tenemos una estimación de 56.500 con un margen de 5.500. ¿Cómo nos curaremos en salud? Yendo hacia la parte alta de la horquilla. Además, si algún trabajo útil se ha realizado en estos tres meses, debe haber mostrado que las cifras van para arriba -por efecto de la ley de Murphy, o de la experiencia, o como se quiera llamar-. De modo que la cifra final estará por encima de 56.500. Y los responsables se preguntan: ¿cuánto nos aproximamos al límite? Y se responden: no demasiado, para no dejarnos en evidencia, así que la mitad del margen estará bien: 2.800 de desviación sobre la cifra original. Y así es como obtienen los 59.300 millones publicados esta tarde.
Se puede pensar que todo lo dicho hasta ahora quedaría rebatido por este argumento: si los prestigiosos consultores hubieran detectado en estos tres meses que erraron el cálculo en mucho y la estimación final fuese, por ejemplo, 80.000 millones, ¿por qué no hacerlo público? ¿No sería más fácil decir la cifra correcta, aunque contradijese la estimación inicial, antes de que en unos meses se descubra la verdad?
Aquí es donde entra la otra parte de en juego: el factor político. ¿Quién es el cliente de los consultores, quién les ha encargado la realización del estudio? ¿El Banco Central Europeo, del cual saldrán los fondos de la ayuda? ¿El Fondo Monetario Internacional, encargado por la Unión Europea para supervisar el proceso de ayuda? Pues no exactamente. Se trata del Ministerio de Economía, que es quien tendrá que formalizar la petición de ayuda, en caso necesario. Una ayuda que habrá que devolver con los correspondientes intereses, a lo largo de bastantes años. De modo que, como es fácil adivinar, y como los consultores siempre tienen en mente, ¿qué interesa más al cliente? ¿Una cifra más real pero mucho más gravosa, o una cifra "creíble" que no lastre insufriblemente al cliente -que es quien paga, y por tanto, quien manda, no lo olvidemos-? La decisión, desde todos los puntos de vista, está clara: los auditores hacen impecablemente su trabajo, el cliente no se sonroja demasiado -recordemos que a principios de junio se solicitó a la UE una ayuda de hasta 100.000 millones- y finalmente, quienes conceden el préstamo tampoco se soliviantan, ya que una cifra final de 59.300 frente a los 100.000 que se pusieron sobre la mesa les deja satisfechos.
Por supuesto, como siempre ocurre cuando se mezclan temas políticos y económicos, en unos meses o incluso un año, las cifras puede que varíen sustancialmente, pero como también lo hace la política y la economía. Y es que, en ambas materias, un año puede ser una eternidad.
En mi libro Las aristas borrosas del éxito, disponible en Amazon, se habla en varios capítulos del maquillaje económico similar al aquí expuesto y, sobre todo, de lo que hay detrás de ello.
Blog donde doy mi visión sobre algunas de las noticias de actualidad y su relación con mi libro, Las aristas borrosas del éxito.
viernes, 28 de septiembre de 2012
lunes, 3 de septiembre de 2012
Y tú qué personalidad tienes (II)
Una vez hemos respondido en la entrada anterior a algunas de las preguntas que la gente suele hacerse sobre la personalidad, como: ¿la personalidad puede cambiar?, o ¿hay personalidades más completas, o mejores o peores?, o ¿nuestra personalidad determina nuestro comportamiento?, en esta entrada quiero seguir explorando esas cuestiones que, más o menos frecuentemente, brotan en nuestro interior. Algunas de ellas, las relacionadas con nuestra labor profesional, mencionadas en mi libro, Las aristas borrosas del éxito (enlace a Amazon).
Pues bien, una vez visto que la personalidad puede cambiar -y, frecuentemente, lo hace a lo largo de nuestra vida-, la pregunta del millón es: ¿cómo puedo cambiar mi personalidad? Cuánta gente se habrá hecho esta pregunta, y lo habrá intentado, a menudo en vano. Veamos por qué.
Y es que, como quedó dicho el otro día, la personalidad es un conjunto de características de la persona, con las cuales nacemos, y que a lo largo de nuestra vida se van consolidando, o bien modificando. Poniendo un ejemplo concreto, si pudiésemos pasar un test de personalidad a un recién nacido -permítase la licencia-, éste tendría una determinada puntuación en cada una de las características de personalidad del test. Por ejemplo, en el test 16PF de Cattell, se obtendría una puntuación para cada una de las 16 dimensiones que mide. Si esta persona realizase el mismo test de personalidad veinte años más tarde, probablemene sus puntuaciones en todas las dimensiones serían diferentes; lo normal sería que en algún caso hubiese grandes diferencias, pero en la mayoria de dimensiones la diferencia no sería grande. Poniendo como ejemplo la dimensión sobriedad-entusiasmo, si como recién nacido se obtuviese una puntuación alta hacia el extremo de entusiasmo, la nueva puntuación obtenida a los veinte años podría ir hacia el extremo contrario -hacia la sobriedad, mostrando menos entusiasmo- o bien afianzarse en ese extremo -obteniendo una puntuación más alta todavía en entusiasmo que en el primer test-. En la mayoria de las dimensiones sería esperable un cambio pequeño -en una u otra dirección- mientras que en algunas de ellas el cambio sería mayor, pasando al extremo contrario. Finalmente, si volviesemos a realizar el mismo test de personalidad cuando la persona tuviese sesenta años, probablemente volveríamos a obtener 16 puntuaciones diferentes, aunque, en este caso, la variación entre en tercer y el segundo test sería menor que entre el segundo y el primero.
¿Y por qué? Esto es debido al desarrollo humano: durante nuestra infancia y juventud, somos mucho más sensibles a todo lo que nos sucede, ya que en estos periodos el aprendizaje es muy intenso. De modo que en los primeros veinte años de vida nuestra personalidad se ve modificada porque nuestras vivencias son experimentadas de forma más intensa, porque estamos programados para ello. Estamos mucho más receptivos a todo lo que nos sucede, porque en esta etapa tenemos mucho que aprender.
Sin embargo, ¿qué ocurre una vez que somos adultos? Pues que aprendemos mucho menos. Y, de la misma forma, las vivencias son sentidas con menos intensidad. Por ello, es menos esperable que haya cambios muy grandes en nuestra personalidad. Al menos, de forma espontánea. Si, de nuevo, se realizase el mismo test de personalidad cada cinco años, lo normal sería que aparecieran pequeños cambios, la mayoría casi imperceptibles, y sólo en periodos largos y en alguna dimensión particular veríamos cambios apreciables. El desarrollo humano en la edad adulta decelera, y aunque seguimos evolucionando, los cambios son mucho menos drásticos que durante nuestra infancia y adolescencia.
Volviendo a la pregunta inicial, ¿cómo puedo cambiar mi personalidad?, viendo lo ya explicado se entiende que no es nada sencillo. En la edad adulta, sólo son esperables pequeños cambios. No estamos programados para cambiar radicalmente una vez hemos madurado. Como se ha indicado, esto es debido a que las experiencias que tenemos a lo largo de nuestra vida adulta son vividas de forma más racional y menos emotiva que cuando somos pequeños. En el caso de que una persona adulta, voluntaria o involuntariamente, esté sujeta a experiencias muy intensas, es más probable que su personalidad pueda modificarse en un plazo más corto. Pero todo lo que implica nuestra parte racional conlleva un curso más lento. Por eso no es factible hacerse más alegre, o más calmado, o más seguro de sí mismo, sólo por que nos lo propongamos "como objetivo para este año".
Podemos, eso sí, cambiar de forma consciente la forma en la que nos comportamos. Lo que tenemos en mente, forma parte del contexto que, junto con nuestra personalidad, determina nuestro comportamiento. Por poner un ejemplo: una persona muy reservada puede, en un momento dado, adoptar una postura abierta. Ello no va a cambiar su personalidad, pero quizá sí la percepción que los demás tienen de esa persona. Que, al final, es lo que muchas veces se busca.
Y, por último, ¿como se manifiesta nuestra personalidad en el trabajo? Pues, de la misma forma que en el resto de nuestra vida cotidiana, es fundamental. Nuestra personalidad -o, mejor, las características concretas que la componen- nos adecúa para desempeñar unas u otras tareas en el trabajo. Lo deseable sería, en el marco de los procesos de selección que realizan las empresas, una evaluación de las características de personalidad del futuro empleado. A modo de ejemplo, el modelo PEN de Eysenck, uno de los más conocidos, consta de tres dimensiones: P, E y N. Las características de personalidad generalmente asociadas a las mismas son: P (agresividad, egocentrismo, impersonalidad, impulsividad, no socialidad, ausencia de empatía, creatividad, rigidez), E (sociabilidad, vivacidad, actividad, asertividad, búsqueda de sensaciones, despreocupación, dominancia, espontaneidad y búsqueda de aventura) y N (ansiedad, depresión, sentimiento de culpa, baja autoestima, tensión, irracionalidad, timidez, tristeza y emotividad).
Como es lógico, es difícil encontrar personas "de libro", que encajen a la perfección con las características anteriores. Pero, en general, y siendo algo malévolo, las características de la dimensión P, ¿alguien las ha visto alguna vez reflejadas en algún superior, preferentemente un directivo? Y, las características de la dimensión E, ¿alguien las ha visto en algún conocido o conocida para quien el trabajo no es, ni mucho menos, lo más importante de su vida? Y, por último, ¿en cuántos y cuántos conocidos y conocidas hemos visto, en repetidas ocasiones, la gran mayoría los rasgos que aparecen en la dimensión N?
Pues bien, una vez visto que la personalidad puede cambiar -y, frecuentemente, lo hace a lo largo de nuestra vida-, la pregunta del millón es: ¿cómo puedo cambiar mi personalidad? Cuánta gente se habrá hecho esta pregunta, y lo habrá intentado, a menudo en vano. Veamos por qué.
Y es que, como quedó dicho el otro día, la personalidad es un conjunto de características de la persona, con las cuales nacemos, y que a lo largo de nuestra vida se van consolidando, o bien modificando. Poniendo un ejemplo concreto, si pudiésemos pasar un test de personalidad a un recién nacido -permítase la licencia-, éste tendría una determinada puntuación en cada una de las características de personalidad del test. Por ejemplo, en el test 16PF de Cattell, se obtendría una puntuación para cada una de las 16 dimensiones que mide. Si esta persona realizase el mismo test de personalidad veinte años más tarde, probablemene sus puntuaciones en todas las dimensiones serían diferentes; lo normal sería que en algún caso hubiese grandes diferencias, pero en la mayoria de dimensiones la diferencia no sería grande. Poniendo como ejemplo la dimensión sobriedad-entusiasmo, si como recién nacido se obtuviese una puntuación alta hacia el extremo de entusiasmo, la nueva puntuación obtenida a los veinte años podría ir hacia el extremo contrario -hacia la sobriedad, mostrando menos entusiasmo- o bien afianzarse en ese extremo -obteniendo una puntuación más alta todavía en entusiasmo que en el primer test-. En la mayoria de las dimensiones sería esperable un cambio pequeño -en una u otra dirección- mientras que en algunas de ellas el cambio sería mayor, pasando al extremo contrario. Finalmente, si volviesemos a realizar el mismo test de personalidad cuando la persona tuviese sesenta años, probablemente volveríamos a obtener 16 puntuaciones diferentes, aunque, en este caso, la variación entre en tercer y el segundo test sería menor que entre el segundo y el primero.
¿Y por qué? Esto es debido al desarrollo humano: durante nuestra infancia y juventud, somos mucho más sensibles a todo lo que nos sucede, ya que en estos periodos el aprendizaje es muy intenso. De modo que en los primeros veinte años de vida nuestra personalidad se ve modificada porque nuestras vivencias son experimentadas de forma más intensa, porque estamos programados para ello. Estamos mucho más receptivos a todo lo que nos sucede, porque en esta etapa tenemos mucho que aprender.
Sin embargo, ¿qué ocurre una vez que somos adultos? Pues que aprendemos mucho menos. Y, de la misma forma, las vivencias son sentidas con menos intensidad. Por ello, es menos esperable que haya cambios muy grandes en nuestra personalidad. Al menos, de forma espontánea. Si, de nuevo, se realizase el mismo test de personalidad cada cinco años, lo normal sería que aparecieran pequeños cambios, la mayoría casi imperceptibles, y sólo en periodos largos y en alguna dimensión particular veríamos cambios apreciables. El desarrollo humano en la edad adulta decelera, y aunque seguimos evolucionando, los cambios son mucho menos drásticos que durante nuestra infancia y adolescencia.
Volviendo a la pregunta inicial, ¿cómo puedo cambiar mi personalidad?, viendo lo ya explicado se entiende que no es nada sencillo. En la edad adulta, sólo son esperables pequeños cambios. No estamos programados para cambiar radicalmente una vez hemos madurado. Como se ha indicado, esto es debido a que las experiencias que tenemos a lo largo de nuestra vida adulta son vividas de forma más racional y menos emotiva que cuando somos pequeños. En el caso de que una persona adulta, voluntaria o involuntariamente, esté sujeta a experiencias muy intensas, es más probable que su personalidad pueda modificarse en un plazo más corto. Pero todo lo que implica nuestra parte racional conlleva un curso más lento. Por eso no es factible hacerse más alegre, o más calmado, o más seguro de sí mismo, sólo por que nos lo propongamos "como objetivo para este año".
Podemos, eso sí, cambiar de forma consciente la forma en la que nos comportamos. Lo que tenemos en mente, forma parte del contexto que, junto con nuestra personalidad, determina nuestro comportamiento. Por poner un ejemplo: una persona muy reservada puede, en un momento dado, adoptar una postura abierta. Ello no va a cambiar su personalidad, pero quizá sí la percepción que los demás tienen de esa persona. Que, al final, es lo que muchas veces se busca.
Y, por último, ¿como se manifiesta nuestra personalidad en el trabajo? Pues, de la misma forma que en el resto de nuestra vida cotidiana, es fundamental. Nuestra personalidad -o, mejor, las características concretas que la componen- nos adecúa para desempeñar unas u otras tareas en el trabajo. Lo deseable sería, en el marco de los procesos de selección que realizan las empresas, una evaluación de las características de personalidad del futuro empleado. A modo de ejemplo, el modelo PEN de Eysenck, uno de los más conocidos, consta de tres dimensiones: P, E y N. Las características de personalidad generalmente asociadas a las mismas son: P (agresividad, egocentrismo, impersonalidad, impulsividad, no socialidad, ausencia de empatía, creatividad, rigidez), E (sociabilidad, vivacidad, actividad, asertividad, búsqueda de sensaciones, despreocupación, dominancia, espontaneidad y búsqueda de aventura) y N (ansiedad, depresión, sentimiento de culpa, baja autoestima, tensión, irracionalidad, timidez, tristeza y emotividad).
Como es lógico, es difícil encontrar personas "de libro", que encajen a la perfección con las características anteriores. Pero, en general, y siendo algo malévolo, las características de la dimensión P, ¿alguien las ha visto alguna vez reflejadas en algún superior, preferentemente un directivo? Y, las características de la dimensión E, ¿alguien las ha visto en algún conocido o conocida para quien el trabajo no es, ni mucho menos, lo más importante de su vida? Y, por último, ¿en cuántos y cuántos conocidos y conocidas hemos visto, en repetidas ocasiones, la gran mayoría los rasgos que aparecen en la dimensión N?
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