viernes, 7 de noviembre de 2014

Y qué hacemos con Luxemburgo

Esta semana, en la rueda de noticias económicas que parecen pensadas a propósito para cabrear al personal -me refiero a los sufridos lectores de clase media-baja, ahora más baja que media- le ha tocado el turno a Luxemburgo. Por qué se destapan ahora estas informaciones, conocidas desde hace años -como los escándalos de los Pujol Ferrusola, ya tratados en este blog, o como el caso de las tarjetas de Caja Madrid- es otro asunto interesante, que trataré en otra entrada. El caso es que ahora, parece ser, toca Luxemburgo. Y toca hacerse con uno de mis libros -enlace aquí- que tratan de temas como este.

Volvamos a Luxemburgo, precioso país situado en el corazón mismo de Europa. En una cascada de noticias, nos hemos enterado de golpe y porrazo de varias cosas, a saber: que muchas de las principales multinacionales que trabajan en nuestro país "se llevan" sus beneficios a sus empresas matrices, domiciliadas en Luxemburgo, encubiertos como intereses de supuestos préstamos que permitían a estas multinacionales trabajar aquí. De este modo, aquí declaran pérdidas porque esos supuestos intereses siempre superan al beneficio que hubiesen podido obtener en nuestro país. Con esta maniobra, no sólo no pagan impuestos por sus beneficios reales, sino que evitan pagarlos en el futuro, hasta que "se recuperen". Cosa que, evidentemente, no va a pasar nunca, si se mantiene la operativa descrita. A cambio, las empresas matrices en Luxemburgo pagan un interés irrisorio por un beneficio que, ciertamente, debe de ser brutal, ya que aglutina los de todas sus filiales europeas.

Pero hay más. Parece ser que, además de las multinacionales, los grandes fondos de inversión del mundo operan desde Luxemburgo. Parece ser que este pequeño país -sería la tercera provincia más pequeña si estuviera en España, sólo por delante de Álava y Guipúzcoa- es el segundo del mundo en el que más fondos de inversión están radicados, detrás de Estados Unidos. Casi nada. Del mismo modo que en el caso de las multinacionales, esta operativa está amparada mediante acuerdos a la carta con las autoridades de Luxemburgo. Estos acuerdos se denominan tax rulings, y son negociados individualmente para cada entidad que quiere domiciliarse en el país. Y, además, son secretos. Para entidades de gran tamaño como las que se incluyen en estos dos apartados, se intuye que la tributación puede ser inferior al 1% -como se ha mencionado, el acuerdo de tributación es individualizado y secreto-. Dado el volumen de negocio que manejan estas empresas, es fácil entender que este país presente uno de los PIB per capita más elevados del mundo.

Todo lo anterior podría parecer relativamente normal si estuviésemos hablando de un paraíso fiscal. Sin embargo, no es así. Luxemburgo es un país miembro de la Unión Europea, igual que España, y no es considerado paraíso fiscal. Las razones por las que no lo es hacen pensar, una vez más, cómo los políticos y demás gestores están bajo la influencia de los grandes capitales. Una vez hecho público el escándalo y siendo conocido por la ciudadanía, entonces sí, las instituciones públicas empiezan a mover su pesada maquinaria. La Comisión Europea anunció ayer que va a investigar el caso. No lo va a tener fácil, ya que, para colmo, el actual presidente de la comisión fue en su día primer ministro luxemburgués. Demasiados intereses cruzados como para que haya una resolución clara y contundente en contra de estas prácticas, como sería oportuno. Una vez más, se cumple el dicho de que quien parte y reparte, se lleva la mejor parte.




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