sábado, 9 de febrero de 2013

La búsqueda del poder


Hoy voy a hablar de algo que aparece continuamente presente en mi libro, Las aristas borrosas del éxito (enlace aquí). El poder y su búsqueda por parte de los que no lo tienen o, sobre todo, la lucha encarnizada por aumentarlo en los que ya lo tienen. Iba a indicar también la lucha por mantenerlo, pero lo cierto es que creo que muy pocos poderosos se conforman con el poder que tienen. Siempre quieren más, y luchan por ello, en ocasiones hasta la muerte -real o simbólica; entiéndase como la pérdida de todo-.

En este punto pueden venir a la mente algunos tópicos, como el de que el poder corrompe a las personas, y que el poder resulta adictivo. Creo que ambas frases son incorrectas, y que es la propia personalidad la que lleva al individuo a corromperse y a hacerse adicto. La respuesta está, una vez más, en la naturaleza humana. En cuanto a la primera observación –el poder corrompe-, tenemos que considerar en primer lugar que no todo el mundo es capaz -o no tiene la suerte- de hacerse con una parcela de poder. Considerando los ejemplos más típicos de ejercicio de poder, el poder político y el económico, es fácil constatar que no todo el mundo consigue llegar a la parte superior de la pirámide. Es necesario que se den una o varias de las condiciones que voy a enumerar, y en las que es fácil ubicar a la mayoría de ejemplos que vemos a diario en los medios de comunicación. Por un lado, hay quienes disponen de mucha influencia natural, es decir, derivada de la propia genealogía, que proporcionará avales, recomendaciones, y apoyo en el sentido más amplio, que les ayuda a escalar hasta lo más alto. Otra posibilidad es disponer a priori de gran capacidad económica, la cual, como sabemos, ayuda a abrir muchas puertas. Otra condición puede ser disponer de una personalidad especialmente emprendedora: bien arrolladora, que permita imponer una y otra vez la propia voluntad, bien muy persuasiva, para conseguir la influencia que no se obtendría de forma natural –genealógica-. Por último, como en cualquier otro orden de la vida, hay que tener en cuenta el factor suerte. Aquí podría aplicarse para cualquier persona que, un día cualquiera, recibe una inyección de poder enorme –e inesperada- en forma de un nombramiento, por defunción o abandono repentino de quien ocupaba el cargo, o en forma de acierto pleno en un sorteo de lotería. El factor suerte, como todos sabemos, es muy discutido porque hay quienes piensan que “la suerte se busca” o, también, “tiene suerte quien estaba ahí, dispuesto a recibirla”. Es decir, que también hay que estar preparado cuando la oportunidad pasa por delante de nuestra puerta.

El listado anterior no pretende ser exhaustivo, sólo sirve para mostrar que, en la inmensa mayoría de los casos, quienes ocupan el poder político o económico han llegado ahí por dos vías: gracias a su propio esfuerzo, o gracias a otros –causas endógenas o causas exógenas, respectivamente-. En el caso de quienes llegan arriba gracias a otros, la prueba de fuego no está en conseguir llegar arriba, sino en mantenerse allí. Y es en ese momento cuando han de considerarse las características propias del individuo. Si no tiene la fuerza suficiente para mantenerse por sí mismo, probablemente acabará cayendo, o bien será incapaz de soportar las presiones de los altos niveles, aunque mantenga la confianza de quienes le auparon ahí.

Siempre hay excepciones, pero en mi opinión, prácticamente todos los que llegan a una posición de poder comparten unas especiales características de personalidad: ambición, egoísmo, hostilidad, falta de modestia, competitividad. Estas posiciones de poder que menciono, en cuanto al poder político, al menos incluyen a las diferentes escalas: alcaldes y concejales, presidentes y consejeros regionales, presidentes estatales y ministros, y miembros de las ejecutivas de los partidos políticos. En el ámbito económico: presidentes, miembros de los consejos de administración, directores generales de las grandes empresas privadas, y también de organismos públicos: bancos nacionales y transnacionales, organismos públicos pluriestatales. Es decir, me estoy refiriendo a quienes acaparan día tras día las noticias que vemos en los medios de comunicación.

Mi conclusión es que toda esta gente ha hecho de la búsqueda del poder el sentido de su vida, y por ello se aferran a él con uñas y dientes, luchando hasta perderlo todo si es preciso por mantenerlo o aumentarlo. Es por ello por lo que nos encontramos con escenarios que muestran claramente falta de valores –ética, responsabilidad, coherencia, sensibilidad, competencia, orden, sentido del deber- y muestran todo lo contrario, llegando a parecer cómicos, o inaceptables en la mayoría de los casos para la gente normal. Y en estos tiempos difíciles, abundan –o mejor, se nos están mostrando- como nunca este tipo de situaciones que, al menos a mí, me parece que hacen ver cómo son en realidad los que llegan a lo más alto.

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